Artículo del sacerdote zamorano David de las Heras, publicado en el número 8 de la revista LA SALETA; enero-marzo 1987
Allá por los años 1970 y 1971 entré en relaciones con los PP. Saletinos. El intermediario de estas relaciones fue el Hermano Juan, quien se interesó por la imagen de la Virgen de la Saleta y los dos pastorcitos, Maximino y Melania, grupo esculpido por el zamorano D. Ramón Álvarez, quien lo entregó a la Asociación de la Saleta en Zamora en el año 1870.
Este grupo “de la Saleta” se conservaba en la iglesia de la Concepción; ahora está custodiado en el Convento de las RR. MM. Clarisas de esta Ciudad, donde se tienen solemnes cultos en septiembre, como todos sabéis por la Revista.
El año 1979 se celebraba en la Santa Montaña de la Saleta el Centenario de la Consagración de la Basílica y la Coronación de la Virgen. Este fue el motivo para organizar la peregrinación desde estas tierras zamoranas hasta la Santa Montaña de los Alpes.
La peregrinación tuvo sus vicisitudes; se empezó a organizar un poco tarde; ya no se encontraban alojamientos en Francia; algunas personas, que se habían inscrito, se dieron de baja al enterarse de la gran distancia de la Montaña de los Alpes. Pero de una manera providencial se encargó la Virgen de que no quedase en tierra la peregrinación zamorana a La Saleta.
Por fin el día 9 de agosto, a mediodía, partían los 53 peregrinos, incluido el chófer, hacia Pamplona para entrar en Francia al día siguiente y visitar Lourdes, aunque muy rápidamente, porque no se había encontrado alojamiento.
Seguimos hacia Andorra, Seu de Urgel y Barcelona. El domingo día 12 de agosto, muy de mañana, partimos de Barcelona para dar un gran salto: había que llegar a la Montaña de la Saleta a la hora de cenar.
Gracias a Dios, a la protección de la Virgen y a la habilidad del conductor, el amigo Paco Mora, pudimos llegar a las 8 en punto de la tarde a las puertas de la hospedería del Santuario, cuando los Padres no creían posible que estuviéramos allí hasta las doce de la noche. ¡Gran proeza, que sobre el papel del mapa parecía imposible!
El grupo de peregrinos fue admirable en todo momento; aguantaron el largo trayecto impertérritos, más aún, alegres. Cuando nos acercábamos a los Alpes renacía la esperanza; todos íbamos a lo desconocido. Al llegar a la ciudad de Gap, ya en las estribaciones de los Alpes, veíamos la meta cercana y la posibilidad de llegar de día al Santuario para celebrar la Santa Misa.
Al llegar, lo primero ir a cenar. En Francia es sagrada la hora de la cena a las siete de la tarde; nosotros habíamos llegado una hora tarde, pero sin problemas nos recibieron muy amablemente y nos hicieron pasar al comedor.
¡Qué alegres están todos los peregrinos! ¡Ya, tranquilamente en la Montaña después de superar el record horario, a pesar de las carreteras desconocidas y muy secundarias, que conducen desde la autopista Marsella-Lyon hasta Gap, ciudad ya alpina! ¡Ha desaparecido la incógnita de lo desconocido! Nos hallamos en una altura lejos del mundanal ruido. ¡Cómo impresiona el silencio de la noche, que como tupido velo, comienza a envolver estas solitarias montañas! ¡Aquí ya nos encontramos como en nuestra propia casa!
Después de la cena y un conveniente descanso, celebramos la Santa Misa en una capilla aneja a la Basílica. ¡Con qué fervor asistieron todos los peregrinos! Todos, en torno al altar, manifestábamos en los rostros la alegría, que desbordaba los corazones de la piadosa asamblea! ¡Qué peregrinos tan ejemplares y devotos!
Después de la Santa Misa, en la que nos asistió con solicitud admirable el Hermano Juan, M.S., que se encuentra aquí durante el verano, los peregrinos se retiraron a descansar, respirando el gran silencio de una noche alpina.
A la mañana siguiente todos bajaron para tomar un desayuno a la francesa; y enseguida, guiados por el siempre recordado Hermano Juan, el grupo se dirige al lugar donde la Virgen María se apareció a los dos jóvenes, Maximino y Melania. Eran las nueve de la mañana.
¡Con qué fervor y entusiasmo expuso el Hermano Juan al grupo en una larga charla las circunstancias de la aparición! ¡Cómo transmitía al grupo de peregrinos su encendido amor a la Virgen de la Saleta! Todos contemplaron el camino que recorrió la Virgen desde la piedra en que se posó al aparecerse hasta el lugar en que, pasado el arroyuelo, desapareció después de repetir a los niños su mensaje: “Hijos míos; hacedlo saber a todo mi pueblo”. Todos bebieron con devoción del agua de la fuentecilla, que antes se secaba, y desde la presencia de la Virgen no se ha vuelto a secar.
A las diez tenemos que acudir a la Basílica para celebrar la Misa Mayor de nuestra peregrinación, ya que la Basílica ha de estar libre para una hora más tarde en que tendrán su función otras peregrinaciones de otras naciones, que coinciden aquí con nosotros.
Misa concelebrada por los cuatro sacerdotes zamoranos que estamos aquí presentes. Resonaron con fervor los cantos en español en toda la Basílica; estaban presentes algunos extranjeros admirando la devoción del grupo. Fue una Misa verdaderamente devota y expresión de los sentimientos que embargaban los corazones.
Después de la comida del mediodía toda la tarde fue tiempo libre. Unos se dedicaron a escalar el monte Gargás, sobre cuya falda ocurrió la aparición de la Virgen. Todos los peregrinos están contentos; no se cansan de vivir esta soledad, en la que se respira la presencia de la Virgen; todos se hayan a gusto rodeados de impresionantes montañas con sus picos enhiestos hacia el cielo.
Por la noche los peregrinos asistieron emocionados a una solemne vigilia en la Basílica, titulada “Vigilia de la Esperanza”. Terminó con una devota procesión de antorchas y discurrió por los senderos abiertos en el Monte Gargás. También participaron nuestros peregrinos, con otra gran muchedumbre de extranjeros, en esta procesión, portando sus faroles encendidos y escuchando los cantos emotivos de la asamblea.
A la mañana siguiente (14 de agosto) a las seis de la mañana, asistidos por nuestro Hermano Juan, celebramos la Misa; luego un reconfortable desayuno; y al salir el sol, que disipaba las nieblas o brumas que envolvían las altísimas montañas alpinas, empezamos a bajar de aquellas alturas para regresar hacia España. ¡La alegría es desbordante! ¡En el rostro y en las mismas palabras de todos los peregrinos resonaba este pensamiento: Ha valido la pena tan largo viaje para contemplar estos paisajes y gozar un día de soledad impresionante en este valle alpino!
Pero no es posible terminar esta crónica sin pregonar las maravillas de la Virgen. No podemos callar lo que Ella hizo silenciosamente y sin estrépito. Yo me enteré de ello un mes más tarde con ocasión del solemne Triduo que se celebró en el Convento de Santa Clara de Zamora los días 17, 18 y 19 de septiembre de 1979.
Parece que alguien había pedido a la Virgen de la Saleta una señal de su benevolencia para con este grupo zamorano. Y, efectivametne, no faltó una señal de la Virgen, que si no nos atrevemos a adelantarnos al juicio de la Iglesia para llamarlo milagro, no cabe duda que fue una gracia especial: se trata de una curación rápida y efectiva.
Así, de una manera inesperada y por unos modos ocultos (como son los caminos de Dios y de la Virgen) se había operado una señal, que nos ha servido de gran alegría. Así hemos comprobado, aunque a posteriori, que durante nuestra estancia en la Santa Montaña la Virgen había aprobado y bendecido eficazmente nuestra peregrinación, que se había organizado y realizado con no pocos trabajos, a causa de la premura del tiempo.
Con premeditada intención no se ha escrito antes está crónica, por lo que a esta gracia notable toca, para dar tiempo y perspectiva a este hecho, y ver si la curación es permanente, o se trataba de un fenómeno psicológico del momento. Aunque la crónica está escrita el día 5 de junio de 1980, el día 14 de julio de 1986 la señora curada sigue perfectamente bien.
Ya parece que no se puede dudar de que no se trata de un efecto puramente psicológico, sino de una curación real y efectiva, operada por intercesión de la Virgen de la Saleta.
D. David de las Heras
Director de la peregrinación