La diócesis de Grenoble, los Misioneros de la Saleta y numerosos fieles en el mundo celebran este año el 150 aniversario de la aparición de la Santísima Virgen María en ese lugar de los Alpes, desde donde su mensaje no ha dejado de difundirse. Esta conmemoración puede ser rica en gracias; quiero asociarme a ella, en unión con los peregrinos que van a venerar a la Madre del Señor bajo el título de Señora de la Reconciliación de los pecadores.
María, Madre del Salvador, Madre de la Iglesia y Madre de los hombres, acompaña a cada uno en la peregrinación de la vida. Ahora que se intensifica la preparación del gran jubileo de la Redención, el año consagrado al aniversario de la aparición de María a Maximino y a Melania representa una etapa significativa. María, Madre llena de amor, mostró en ese lugar su tristeza ante el mal moral de la Humanidad. Con sus lágrimas nos ayuda a comprender mejor la dolorosa gravedad del pecado, del rechazo de Dios, pero también la fidelidad apasionada que su Hijo siente por sus hijos, porque es el Redentor cuyo amor ha sido herido por el olvido y el rechazo.
El mensaje de La Saleta fue revelado a dos jóvenes pastores en un tiempo de grandes sufrimientos de los pueblos, afectados por el hambre y sometidos a muchas injusticias. Además, aumentaba la indiferencia o la hostilidad frente al mensaje evangélico. Nuestra Señora, haciéndose contemplar con la imagen de su Hijo crucificado, muestra que, asociada a la obra de la salvación, comparte las pruebas de sus hijos y sufre al ver que se alejan de la Iglesia de Cristo hasta olvidar o rechazar la presencia de Dios en su vida y la santidad de su nombre.
La irradiación del acontecimiento de La Saleta testimonia que el mensaje de María no consiste solamente en el sufrimiento expresado por sus lágrimas; la Virgen exhorta a renovarse; invita a la penitencia, a la perseverancia en la oración y, particularmente, a la fidelidad a la práctica dominical; pide que su mensaje llegue a todo su pueblo mediante el testimonio de los dos niños. Y, de hecho, su voz se hará oír rápidamente. Vendrán los peregrinos; habrá numerosas conversiones. María se había aparecido en medio de una luz que recuerda el esplendor de la humanidad transfigurada por la resurrección de Cristo. La Saleta es un mensaje de esperanza, puesto que nuestra esperanza se apoya en la intercesión de la Madre de los hombres. Las rupturas no son irremediables. La noche del pecado cede ante la luz de la misericordia divina. El sufrimiento humano aceptado puede contribuir a la purificación y a la salvación. Para quienes caminan humildemente por los caminos del Señor, el brazo del Hijo de María no pesará para condenar, sino que tomará la mano que se extiende para hacer entrar en la vida nueva a los pecadores reconciliados mediante la gracia de la cruz.
Las palabras de María en la Saleta por su sencillez y rigor, tienen actualidad real, en un mundo que sufre los flagelos de la guerra y del hambre, y tantas desgracias que son signos y, frecuentemente, consecuencias del pecado de los hombres. Y aún hoy, aquella a quien “todas las generaciones llamarán bienaventurada” (Lc 1,48), quiere guiar a “todo su pueblo” que atraviesa las pruebas de este tiempo, a la alegría que nace del cumplimiento sereno de las misiones que Dios confía a los hombres.
Los Misioneros de la Saleta no han dejado de profundizar en el estudio del mensaje de La Saleta, y se dedican a mostrar su valor permanente para el tercer milenio, que se acerca. Se ocupan, en especial, de hacer llegar al pueblo la exhortación a renovar la vida cristiana, que está en el origen de su fundación en la diócesis de Grenoble. En este año jubilar, los invito a proseguir con celo su misión en las diferentes zonas del mundo donde trabajan. Del mismo modo, aliento a las religiosas de la Saleta y a los otros institutos, cuya fundación e inspiración se relacionan con el acontecimiento de La Saleta. En mi oración pido a la Madre de Cristo que, en este año tan importante, les asista en la renovación espiritual que desean y les ayude a dedicarse a sus tareas de evangelización con el dinamismo misionero que la Iglesia espera de ellos.
Desde esas tierras de Saboya y del Delfinado, donde la Virgen María dio a conocer su mensaje hace un siglo y medio, la misma exhortación resuena aún hoy para los numerosos peregrinos que suben a ese santuario, así como para quienes se dirigen a tantos otros santuarios saletinos. Los animo a todos a presentar a la Virgen Inmaculada los sufrimientos y las esperanzas de este mundo, cuando faltan pocos años para el gran jubileo. Ojalá que sean testigos de la reconciliación, don de Dios y fruto de la Redención para las personas, las familias y los pueblos. Que la peregrinación les ayude a no dejar que su vida cristiana caiga en la tibieza o en la indiferencia, y a poner siempre a Cristo resucitado en primer lugar en su vida. Que sean en el mundo artífices de la paz que el Señor prometió (cf. Jn 1,12). Que Ella lleve a todas las naciones de la tierra hacia su Hijo.
Confiando a Nuestra Señora de la Reconciliación la comunidad diocesana de Grenoble y a los Misioneros de la Saleta, así como a los religiosos y religiosas que comparten la misma espiritualidad, imparto de corazón a todos la bendición apostólica.
Vaticano, 6 de mayo de 1996