I Domingo – Adviento es DESPERTAR

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Lectura evangélica: Mc 13, 33-37

Dijo Jesús a sus discípulos: Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.  Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!».

Comentario-meditación:

Nuestra sociedad padece, paradójicamente y al mismo tiempo, de sueño y de insomnio: muchos viven dormidos o adormilados de día, otros no pegan ojo ni sueñan de noche; unos toman estimulantes, y otros sedantes. Este desequilibrio en la salud psicofísica puede ser síntoma de otro a nivel interior-espiritual: dormidos para lo esencial, despiertos para lo insustancial. En la Biblia el sueño muchas veces es símbolo de la fuerza del pecado que domina las potencias y limita la libertad del hombre hasta hacerle perder la conciencia de sí, encerrarlo en su soledad y tumbarlo por tierra. De ahí que el sueño sea hermano de la muerte. Por eso, la primera invitación del Señor, repetida por tres veces en este Evangelio, es despertar, vigilar, velar. Despertar implica, en primer lugar, “estar atentos”, mirar a fondo, pasando de la superficialidad rutinaria y del hastío de “lo de siempre” a la hondura sorprendente de uno mismo, de las personas y de los acontecimientos; implica también luchar contra la fuerza del sueño que nos impide hacer memoria del pasado, reflexionar críticamente sobre el presente o determinarnos libremente por el futuro, para así ser auténticamente hombres, tomando las riendas de la vida y no siendo esclavos de nuestras pasiones. Por otro lado, velar, según el Evangelio, es lo contrario a cruzarse pasivamente de brazos aguardando que la solución vendrá de otros y la salvación de Dios. El cristiano vela actuando, cumpliendo amorosamente la tarea-vocación que le ha encomendado el Señor y sintiéndose, a la vez, “portero” o responsable de sus hermanos en la casa. Por último, vigilar es rezar. “Velad y orad para no caer en tentación”, les dijo Jesús en Getsemaní a sus apóstoles vencidos por el sueño. Orar es una forma de realización de la esperanza. La esperanza cristiana tiene un objeto, tiende a una persona: el Señor que viene, en cualquier momento del día y a cualquier edad de la vida. Orar es apresurar su venida dejándonos despertar por su llamada. Quien espera a Dios cada día no cede al sueño, porque todo se le vuelve señal del Dios que viene; pero tampoco al insomnio, porque vive desde la humilde confianza de que Dios es siempre fiel y acudirá a la cita. Así vivió la Virgen María el primer Adviento de la historia: con ojos abiertos, pies dispuestos y corazón orante. Su vela nos despierte para esperar de nuevo la venida de Jesús.

Gaspar Hernández