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Canónicamente autorizado por la S.C. de Ritos y la Santa Sede Apostólica, el Ilmo. señor Obispo de Grenoble, el 19 de septiembre de 1851, quinto aniversario de la aparición de la Virgen en la Saleta, dio al clero y fieles de su Diócesis, en forma de carta pastoral, la declaración canónica siguiente:

 

Filiberto de Bruillard, por la divina misericordia y la gracia de la Santa Sede Apostólica Obispo de Grenoble

Carísimos hermanos

Cinco años ha, se nos participó, que en una de las montañas de nuestra Diócesis, había tenido lugar un acontecimiento de los más extraordinarios, y que al principio parecía increíble. Nada menos se trataba, que de una aparición de la Virgen Sma. que, según se decía, se apareció a dos pastores, en 19 de septiembre de 1846, y les anuncio las desgracias que amagaban a su pueblo, sobre todo por las blasfemias y la profanación del domingo; confiando además, a cada uno de ellos un secreto, con prohibición de comunicarlo a persona alguna. A pesar del natural candor de los dos pastorcillos, y no obstante la imposibilidad de un acuerdo entre dos niños ignorantes, y que apenas se conocían; a pesar de la constancia y firmeza que mostraron en su declaración y que nunca variaron, ni ante la justicia humana, ni ante las infinitas personas que agotaron todos los medios de seducción posibles para cogerlos en alguna contradicción, o para lograr que revelaran su secreto; hemos debido abstenernos por largo tiempo, de admitir como incontestable un acontecimiento que nos parecía muy maravilloso; imitando en esto la prudencia que recomienda el Apóstol a un Obispo, para evitar las prevenciones de los enemigos de nuestra fe y de gran número de falsos católicos. Así es que mientras una multitud de almas piadosas acogían con entusiasmo ese acontecimiento, nosotros investigábamos cuidadosamente todos los motivos que hubieran podido ser bastantes para rechazarlo, si no hubiera debido admitirse; firmemente obligados por otra parte a no mirarlo como imposible puesto que el Señor, ¿y quién se atreverá a negarlo?, pudo muy bien, para gloria suya permitirlo, siendo su poder el mismo que en los siglos pasados.

Obligados entretanto, por el deber de nuestro ministerio pastoral, a contemporizar, reflexionar e implorar las luces del Espíritu Santo, iba en aumento el número de prodigiosos hechos, que todos los días se realizaban. Anunciábanse curaciones extraordinarias, obradas en diversos puntos de Francia y del extranjero; decíase que enfermos desesperados, o que según los médicos debían morir en breve, o quedar sujetos a perpetuas enfermedades, han recobrado la salud, al nombre de Nuestra Señora de la Saleta, y con el uso que habían hecho, llenos de una fe viva, del agua de una fuente, cerca de la cual se apareció a dos pastores la Reina de los cielos. Fuente, que en 19 de septiembre de 1846 estaba seca, y desde entonces comenzó a manar y manar sin interrupción agua en verdad maravillosa en sus efectos. Nos ha parecido también maravillosa la increíble afluencia de gentes al monte, en épocas diversas, y singularmente el día del aniversario de la Aparición; por las distancias y dificultades que ofrece una peregrinación semejante. Hemos nombrado una comisión numerosa, de hombres graves, instruidos y piadosos, para que con toda madurez y detenimiento, examinaran y discutieran el hecho de la Aparición y sus consecuencias; y durante ocho sesiones celebradas en nuestra presencia, los pastorcillos fueron interrogados, separada y simultáneamente; se han pesado y discutido sus respuestas y se presentaron con toda libertad las objeciones que podían oponerse a los hechos. Las peregrinaciones iban cada día en aumento: personas graves, vicarios generales, profesores de teología, sacerdotes, seglares distinguidos, acudieron de una distancia de centenares de leguas, a ofrecer a la Virgen poderosa y llena de bondad, el homenaje de sus sentimientos de amor y gratitud por las curaciones y otros beneficios que de Ella habían obtenido. No cesaban de atribuirse tales prodigios a la invocación de Nuestra Señora de la Saleta; y nos consta que varios de ellos son considerados como verdaderamente milagros, por los obispos en cuyas diócesis se realizaron…

Hemos redoblado nuestras oraciones, pidiendo al Espíritu Santo sus divinas luces, y su protección a la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, deseando manifestarle nuestra gratitud por el insigne favor dispensado por Ella a nuestra Diócesis. El misterioso pliego que encerraba el secreto de los pastores fue remitido a Roma, una vez que al oír el nombre del Vicario de Jesucristo, se decidieron los niños a revelárselo a Su Santidad. Y con este último paso, quedó destruida la última objeción que se hacía contra el hecho principal; a saber: que no había tal secreto, o que carecía de importancia, que era una puerilidad y que los niños no querían darlo a conocer a la Iglesia. Por tanto:

Apoyados en los principios enseñados por el Papa Benedicto XIV en su inmortal obra de la Beatificación y Canonización de los santos, lib. 2. Cap. 21 n. 12 – Vista la relación escrita por el Pbro. Rousellot, uno de nuestros vicarios generales, sobre la “verdad del acontecimiento de la Saleta”; y vistos los “nuevos documentos” acerca del mismo suceso, publicados en 1850 con nuestra aprobación, por dicho escritor.

Oídas las discusiones sostenidas ante Nos, acerca del asunto presente, en las ocho sesiones celebradas ad hoc; visto y oído cuanto se ha dicho y se ha escrito, en pro y en contra, considerando en primer lugar, la imposibilidad en que nos hallamos de explicar el hecho de la Saleta de otro modo que no sea por la intervención divina, ora se considere en sí mismo, o bien en su objeto religioso o en sus circunstancias; considerando en segundo lugar que los maravillosos resultados del hecho de la Saleta, son testimonios de Dios, que lo acredita por medio de los milagros; milagros superiores a las objeciones de los hombres…

Considerando: que la humilde sumisión de los avisos del cielo, pueda preservarnos de los nuevos castigos que nos amenazan; al paso de una prolongada resistencia puede traernos males espantosos. Para satisfacer el justo deseo de las almas piadosas y evitar que pueda decirse: que tenemos cautiva la verdad; invocados de nuevo los auxilios del Espíritu Santo y la Sma. Virgen Inmaculada.

Declaramos: que la Aparición de la Sma. Virgen a los dos pastorcillos en 19 de septiembre de 1846 en un monte de los Alpes, parroquia de la Saleta y arciprestazgo de Corps, reúne todos los caracteres de la verdad; y que los fieles están obligados a creerla como indudable y cierta. Hecho que adquiere mayor grado de certidumbre por el inmenso y espontáneo concurso de fieles, al sitio de la Aparición, y la multitud de prodigios seguidos al acontecimiento, de gran número de los cuales no es posible dudar, sin que se violen las reglas del testimonio humano. Por este motivo, para demostrar a Dios y a la gloriosa Virgen María nuestro vivo reconocimiento, autorizamos el culto a Nuestra Señora de la Saleta, y la predicación de aquel grande acontecimiento, y prohibimos terminantemente a los fieles y a los sacerdotes de nuestra Diócesis oponerse de palabra o por escrito, contra el hecho que hoy proclamamos; por último:

Como el objeto principal de la Aparición, ha sido recordar a los cristianos: el cumplimiento de sus deberes; los preceptos del culto divino, la fiel observancia de los mandamientos de Dios y de la Iglesia; el horror a la blasfemia y la obligación de santificar el domingo: os suplicamos carísimos hermanos, por vuestros intereses celestiales y terrenos, que volváis a entrar en vosotros mismos; para que hagáis penitencia de vuestros pecados, los cometidos especialmente, contra el segundo y tercero de los mandamientos de Dios. Sed dóciles, hermanos carísimos, a la voz de María que os llama a Penitencia; y que en nombre de su Hijo, os amenaza con males espirituales y temporales; si permaneciendo insensibles a sus avisos amorosos, dejáis endurecer vuestros corazones.

Dado en Grenoble con nuestra firma y el sello de nuestras armas.

 


Traducción obtenida de HEVIA, D. “Relación histórica de los santuarios célebres de Covadonga, El Brezo y la Saleta”. Lérida : Imprenta de Mariano Carruez, 1867